Un batey sin WIFI pero añorado

Los cubanitos que me rodearon en la infancia eran diferentes a los de hoy. No teníamos celulares ni PlayStation, pero vivíamos felices haciendo bolas con el fango y pelotas con las medias.

Nací en un batey con olor a caña y melao´. Comencé a aprender mis primeras lecciones de educación formal en un círculo infantil llamado “Granitos de azúcar”. Allí surgieron mis dotes histriónicas y protagonicé algunas actuaciones como la Ruth de la telenovela en boga por aquellos días.

Mis amigos y yo llorábamos cuando nuestros padres nos dejaban en aquel sitio y bastaba que viéramos la carita de algún colega para que la paz regresara a nosotros. Entonces nos quedábamos dispuestos a jugar a las casitas un día más y a dormir en los catres otra vez.

Las tías del círculo pasaron por mi vida sin saber que lo hicieron. Menos una, ella se llamaba Odalis (y utilizo la forma verbal en pasado porque murió, lamentablemente). Su cabello rubio y crespo y la sonrisa amplia me hacían estar en calma, cuando ella estaba todo podía ser más fácil.

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No sé por qué no recuerdo los almuerzos. Pero sí están vívidas aún aquellas clases que nos impartía la hija de una maestra para que aprendiéramos a dar nuestro primer beso de amor. Esos eran minutos de nervios. Yo quería que me besara el más bonito de mi salón, se llamaba Eduardo, pero no resulté la más atractiva para él. Escogía siempre a otra, se me derrumbaba el mundo (ya lo superé).

Tampoco se me olvidan las llegadas de las enfermeras, esos días eran grises, todos los niños lloraban, ellas iban dispuestas a obligarnos a tomar un líquido amarillo con olor a platanito y sabor a rayo, que “protegía nuestros dientes de las caries”. Ojalá con esa edad la astucia fuera aliada, juro que me las hubiera ingeniado para evadir esos momentos que no evitaron mucho mis posteriores encuentros con los ortodoncistas.

Ese pueblito en el que nací se llama Majibacoa. A los 15 años de edad me mudé a otro lugar, pero mis sueños todavía reflejan con exactitud cada rincón de aquel sitio. Una amiga me contó que Freud tiene una explicación psicológica para lo que me pasa, pero prefiero creer que es el amor por ese batey el que me hace dormir y vivir allí nuevamente.

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