No tengo nada que dar: La historia de Karen

Karen siempre fue de esas chicas lindas, con todo bien repartido, sin exageraciones. Inteligente desde niña, “salsosa”, atrevida, graciosa, era toda una combinación. Su mayor defecto o virtud, porque a esta altura ni ella misma sabe cómo definirlo, era ser demasiado entregada.

Y con eso no me refiero a que era un chica fácil, no, más bien describo su manera tan intensa de entregarse en las relaciones personales de todo tipo, sobre todo las de pareja.

Con 29 años, sus amigos la adoraban por mostrar incondicionalidad siempre. Por eso en casi tres décadas acumuló muchos y de los buenos, pero en las relaciones amorosas, no tuvo la misma suerte.

Iba de un fracaso a otro, casi sin escala. La necesidad que tenía de que algo en este ámbito funcionara, la llevaba a darlo todo sin pensar, y también a aguantar cosas que no debería.

Yadier la dejó por otra, Marcos no estaba interesado en nada serio, Yandy fue más bien algo pasajero, Alberto terminó por volver con su mujer…estas historias se repetían una y otra vez con diferentes tramas y el mismo final: Karen sola y deprimida.

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Así fue como todas estas decepciones le fueron carcomiendo el alma. Paulatinamente, la joven alegre de 29 años fue convirtiéndose en una mujer no amarga, pero sí resentida, temerosa de volver a dar sin recibir. Y no lo culpo, muchas e veces es difícil superar tantas historias escabrosas.

Karen buscó rellenar el espacio vacío con otras cosas, fiestas, salidas con amigos, museos o tiempo para sí misma. Con el tiempo se dio cuenta que ese vacío no se iba a llenar con todas esas cosas, pero igual “no tenía nada que dar”. Tanto infortunio romántico dejó su corazón suspendido, sin ganas trabajar.

Y hoy, aunque dejó atrás la amargura, enfrenta el amor de otra manera, entrega menos y vive más. Aunque nunca ha vuelto a enamorarse, siente que ha pagado la deuda consigo misma.

*Los personajes y hechos relatados en esta historia son resultado de una obra ficticia del autor. Cualquier parecido con personas verdaderas, o con hechos reales, es pura coincidencia.

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