El origen de la frase “no lo salva ni el médico chino”

Dicen los que saben que el origen de esta frase se debe a un personaje real, que llegó a la Mayor de las Antillas como parte de los tantos migrantes del país asiático.

Se llamaba Chang Pon Piang, (otras fuentes dicen que Cham Bom) pero quiso reajustar su nombre a Juan Chambombián para cubanizarse un poco. Corría el año 1854 y este galeno se afincó en Cárdenas, Matanzas, luego de residir en la capital.

El doctor Emilio Roig de Leuchsenring, dijo que su verdadero nombre derivó en Cham Bom Bian, a causa del habla popular.

El chino Juan era amable con sus pacientes, además de sus probados conocimientos en la disciplina. En ocasiones daba consultas gratis y eso hizo que muchos colegas sintieran cierta molestia hacia él, como sucedía con yerberos y curanderos que hacían cierta competencia a los profesionales.

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Pero el chino comenzó a ganar notoriedad y su universo de pacientes se extendió a otras ciudades y pueblitos. Sus tratamientos incluían pomadas y medicamentos que usaban plantas medicinales, lo que se conoce hoy día como medicina tradicional o medicina “verde”.

Incluso hay indicios de que el chino introdujo técnicas de acupuntura y masaje, elementos que ayudaban a curar la más complicada de las enfermedades y dolencias.

Poco a poco la creencia popular le concede a Chambombián dotes milagrosas y curativas, de ahí que surge la frase que encabeza este artículo.

Juan se ganó un lugar en el imaginario popular cubano y en varias generaciones de nacidos en la Isla. Hoy día, cuando alguien está grave o metido en complicaciones de diversa índole es común expresar “¡a ese no lo salva ni el médico chino!”.

Ya esta expresión se incluye en el refranero popular cubano y es empleada por hombres y mujeres de todas las edades.

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