Cosas que nunca creí extrañar de Cuba

Justo antes de emigrar sentía que todo allá en mi país me irritaba, desde el calor, el sol, el movimiento de las calles, el bullicio y las maneras que nos caracterizan a los cubanos. La ruta del P 1y el P5 en horarios picos y ni se diga la del P11 cuando me iba a visitar a mi familia en la Habana del Este, en fin, todo me molestaba; quizás tratando de solapar la punzada que se me clavaba en el pecho y me dejaba sin poder respirar durante unos segundos al pensar que finalmente salía a buscar lo desconocido, pero que no sabía a ciencias ciertas cuando iba a poder retornar a esa Cuba, tan surrealista y con habitantes tan pintorescos como lo somos todos o si no la gran mayoría de los cubanos.

Hoy que me encuentro distante, para sorpresa mía, extraño hasta lo más insignificante y de aquello que me irritaba. Extraño las colas para todo, porque sabemos que somos expertos en eso, el besuqueo, a veces innecesario, de aquellos que te ven por primera vez y ya se creen de tu familia; los cuéntame tu vida de personas fugaces que conocemos en terminales, tiendas u hospitales, pero que aun sabiendo que no los volverás a ver, te extienden su mano e incluso hasta la dirección de su casa te dan para que vayas algún día a tomarles el cafecito.

En fin, cuántas cosas, hasta las croquetas Prodal, esa maravilla que nos sacó de apuros a muchos a la hora de sentarnos a la mesa y hasta los perritos que vendían en las TRD. Ir a comprar el pan casi cuando se estaba cerrando la panadería o estar al tanto de lo que sacaban en la bodega para no perderlo.

Todo puede parecer muy extraño e incluso descabellado para quien no sea cubano, pero creo que, a nosotros, los isleños que ya no estamos allá, a casi todos nos pasa lo mismo. Es que Cuba es y será siempre un paraíso de lo real maravilloso.

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